martes, 4 de mayo de 2010

HUELLAS EN LA ARENA



Muchachos de apenas 16 años se esconden como polizones en algún gran barco de la costa subsahariana. Es de noche, pero ya hay movimiento en el puerto. Salieron siendo todavía niños de sus comunidades de origen y llegaron al mar después de caminar durante meses. Huyen de la miseria, de la guerra, de los abusos o de un futuro demasiado predecible. Tal vez todo a la vez. La adolescencia es un lujo que solo conocen una minoría de países.

Muchos días después, cuando ya han perdido la cuenta de las lunas y éstas comienzan a ser demasiadas, llegan a un puerto de otra latitud. Por el idioma y las frecuentes camisetas del Barça que ven, piensan haber llegado a un destino anhelado por muchos en las costas del sur de Europa. "Prefectura del Puerto de Buenos Aires", indica alguien. Uno de ellos no puede siquiera oirlo. El motor del barco a su lado durante semanas le ha dañado seriamente el sentido de la audición. Aún así está contento de haber llegado. Más bien de haber salido. Cuando lo que a uno le mueve es la huida, da igual donde llegue, incluso cómo llegue. Llenos de inseguridad y miedos, pero con la única certeza que buscaban, sonrien.

1 comentario:

  1. Veo que sigues bailando, me alegro. Yo desempolvé mis zapatos de claqué y he vuelto a la pista para sentir la música. Eso sí, es una esquina, como el que no quiere la cosa, sin hacer ruido.

    Haces meses tuve un alumno. Se llama El Hadj y es guineano. Una tarde de noviembre lluviosa me dijo que si podía llevarle a casa y le dije que sí, cómo no. Yo no sabía nada de él, sólo que su acento y su color de piel eran de un lugar lejos de aquí. Había atasco por culpa de unas obras y estuvimos parados un buen rato. Fue entonces cuando le pregunté por su vida y me contó. Me habló de su país natal, Guinea. Me contó que siendo niño se mudó con su familía a Senegal. Allí se hizo patrón de barco para ganarse la vida pescando. Cuando cumplió los 18, él y un grupo de amigos y conocidos partieron a Mauritania con la intención de cambiar su maldito destino. Una noche estrellada se subieron en una patera y pusieron sus vidas en manos de Alá, Dios, Buda o quien quiera que estuviera allá arriba. Días más tarde, cansados, exhaustos, empapados y hambrientos llegaron a las costas de Canarias. Él hablaba y yo no podía ni pestañear. Nunca hubiera imaginado una historia así. La lluvia arreciaba pero a mí ya no me importaba nada, ni la maldita lluvia, ni el tráfico ni nada. Después de meses de acá para allá, de centro en centro, de comisaria en comisaria, El Hadj consiguió su sueño. El destino le ha llevado hasta mi ciudad después de varios trabajos mal remunerados. Me comenta entre suspiros que le queda un mes para poder tener papeles. "Sin papeles no eres nadie, hermano" me dice. Y añade "cualquier día me pueden matar en la calle y no pasaría nada porque yo no existo, no soy nadie". Se me parte el alma en mil pedazos al oír eso. Me sorprende cómo lo dice, calmado, tranquilo. Hace tiempo que no sé de él, espero que le vaya bien y que por fin tenga ese maldito papel que le vuelva visible a los ojos de la ley y le convierta en un habitante de este puto mundo enfermo. Algún día escribiré algo sobre esto, espero que a él no le importe.

    Perdona por alargarme tanto pero al leer tus palabras me acordé de esa historia que por desgracia es muy real y no es única.

    Un beso desde el viejo mundo!

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