martes, 4 de mayo de 2010

HUELLAS EN LA ARENA



Muchachos de apenas 16 años se esconden como polizones en algún gran barco de la costa subsahariana. Es de noche, pero ya hay movimiento en el puerto. Salieron siendo todavía niños de sus comunidades de origen y llegaron al mar después de caminar durante meses. Huyen de la miseria, de la guerra, de los abusos o de un futuro demasiado predecible. Tal vez todo a la vez. La adolescencia es un lujo que solo conocen una minoría de países.

Muchos días después, cuando ya han perdido la cuenta de las lunas y éstas comienzan a ser demasiadas, llegan a un puerto de otra latitud. Por el idioma y las frecuentes camisetas del Barça que ven, piensan haber llegado a un destino anhelado por muchos en las costas del sur de Europa. "Prefectura del Puerto de Buenos Aires", indica alguien. Uno de ellos no puede siquiera oirlo. El motor del barco a su lado durante semanas le ha dañado seriamente el sentido de la audición. Aún así está contento de haber llegado. Más bien de haber salido. Cuando lo que a uno le mueve es la huida, da igual donde llegue, incluso cómo llegue. Llenos de inseguridad y miedos, pero con la única certeza que buscaban, sonrien.