sábado, 31 de octubre de 2009

SINCRONÍA


Comencé a fumar porque el tiempo pasaba de otra forma mientras lo hacía. Más lento. Más denso. Quizá en otro estado menos líquido de lo habitual, cuando te empapa el cabello, resbala por la boca, te moja la campera, escapa entre los dedos, baja por tus piernas y volver atrás ya no es posible.

Inspirar por la boca….Pasar el humo blanco al tórax radiografiado, llenar los pulmones, absorber. Expirar… expulsar la niebla previamente saboreada.

Era entonces cuando la realidad comenzaba a modificarse.
La gente que corría, de pronto ralentizaba la marcha y paseaba; los autos bajaban la velocidad e incluso cedían el paso; las hojas de los árboles caían mostrando formas en las que nunca había reparado, quedando suspendidas en el aire más tiempo de lo normal. Hubo alguien que tropezó, pero lo hizo tan lenta y cuidadosamente que le dio tiempo a reaccionar y colocar un pie para evitar una caída que hubiera sido segura. Sirva aclarar que aquello sólo era tabaco.

Miraba alrededor con la fascinación de quien descubre una segunda lectura de un texto o la metáfora de una película. El quiosquero mirando de reojo el escote de la dueña de la florería, el mesero calculando qué billetes entregar como cambio para que no hubiera riesgo de eludir la propina, podía adivinar una canción en los labios de una adolescente que iba escuchando música y era capaz de ver el juego de miradas que habían comenzado dos hombres sentados en la terraza del bar de enfrente.

Llegaban a mí aspectos antes cubiertos, tapados por la locura del tiempo y sus prisas, sus atajos. Inspirar…. No dejaba de ser contradictorio que un acto nocivo, como es el de inhalar alquitrán, tabaco y amoniaco en bajas dosis, me hiciera consciente del acto primario de respirar en el que tan pocas veces reparamos. Expirar…

Fumo muy poco, pero continúo haciéndolo porque ese ejercicio cotidiano obliga a detenerse, a mirar, a mirarse. Extraño es estar en la calle quieto, sin más pretensión que observar alrededor. Sin embargo, es habitual ver a fumadores en las puertas de los negocios, de los bancos, sentados en la cafeterías; ejerciendo todos ellos de voyers espontáneos gracias a la coartada del cigarrillo. Desconozco si con la práctica, la densidad de ese tiempo blanco y gaseoso se sincroniza con el tiempo real. A tenor de la mirada aguda y atenta que casi siempre hay detrás de alguien que aparentemente solo fuma
, dudo que así sea. Si algún día llega a ocurrirme, lo dejaré.